Mesa Chica | Hugo Martoccia
La Jornada Maya
Esa pregunta recorrió toda esta semana la política local. Y no fue un interrogante inocente sino inducido por la acción de una nueva etapa que amanece en el estado. Se intuye en el oficialismo una mano más firme para las decisiones políticas, y también se ve una oposición (Morena, en realidad) con muchos votos pero desarticulada y carente de oficio para estas lides.
Una de las máximas de la política, acaso nunca comprobada del todo, dice que las casualidades no existen. La breve ingobernabilidad que vivieron dos de los ayuntamientos de Morena a horas de haber tomado protesta (y el tercero no estuvo lejos, en algún momento) no parece un hecho fortuito.
Hay una suma de errores propios de los alcaldes, y también el aprovechamiento político de sus adversarios. A la larga, sin embargo, todo conduce a los errores propios. Ninguna operación política puede sembrar ingobernabilidad donde ésta no existe, al menos de manera embrionaria.
Los alcaldes de Morena abrieron esa rendija cuando creyeron que estaban en condiciones de imponer sus decisiones, y también sus caprichos, a sus regidores.
También, debe decirse, los regidores dejaron muy mal parado al partido. El escándalo que sucedió apenas minutos después de tomar el poder, por desacuerdos entre los alcaldes y sus propios regidores, podría haberse evitado con un acuerdo antes de destruir una parte de la credibilidad del proyecto.
Tanto Omar Sánchez Cutis, en Solidaridad, como Yensuni Martínez, en Othon P. Blanco, fueron demasiado “permeables” a los operadores del oficialismo. Ambos síndicos fueron (y serán, seguramente) los líderes de las fracciones díscolas de Morena en esos municipios.
No es un dato menor que ambos sean parte del grupo del senador José Luis Pech Várguez. Pech y la senadora Marybel Villegas son los dos morenistas que han iniciado una campaña feroz por su candidatura para 2022. Esa campaña parece bordear demasiado temprano los límites de la prudencia política.
La red de Pech dentro del partido es bastante sólida. Los síndicos de Solidaridad y Othon P. Blanco, más cuatro coordinadores regionales del Gobierno federal, son parte de su grupo. Hay quien vio la mano del senador detrás de los desacuerdos en los Ayuntamientos de Morena, para debilitar a sus adversarios internos.
Una victoria pírrica que lo haría ganar en las sombras lo que el partido pierde ante la opinión pública.
Los ingobernables
En síntesis, lo que sucedió en Playa del Carmen y Chetumal es que los regidores no aceptaron las propuestas de los alcaldes para diversas áreas de la administración. Una situación parecida había vivido Mara Lezama días antes de asumir el poder, pero al final la resolvió, no sin un importante desgaste.
El resultado de ello es que Laura Beristain y Hernán Pastrana no tienen ni siquiera a un secretario general propio, y perdieron gran parte del manejo de los recursos. Mara Lezama, por su parte, eligió un gabinete de amigos y conocidos (lo cual no está mal) pero que tiene su pertenencia política (y, por consiguiente, su fidelidad) muy ligada a lo que queda de la alianza PRI-PVEM.
Sólo Julián Ramírez Florescano enarbola la bandera del morenismo y la cuarta transformación en ese gabinete.
Hay que ser claros. Hubo una operación política orquestada para instalar ante la opinión pública que las administraciones de Morena serán incapaces de tener gobernabilidad por sí mismas. Pero esa operación, como se dijo, contó con la inestimable ayuda de los alcaldes morenistas.
Se quiso instalar la idea de que Morena no sabe gobernar, y en un primer momento se logró. Lo que busca esa idea, de más está decirlo, no sólo no ha terminado sino que apenas comienza. Sólo hay que ver los gabinetes y los Cabildos de los alcaldes para entenderlo.
Hasta este momento, los alcaldes parecen haberse quedado sin el control de los hilos que mueven una administración. Así de grave.
El final es de pronóstico reservado.
¿Cómo se llegó a esto?
Ninguno de los tres alcaldes de Morena se ganó esa candidatura caminando las calles y haciendo trabajo al interior del partido. Todos fueron impuestos desde la Ciudad de México, con la aprobación imprescindible de Andrés Manuel López Obrador.
Alguno de ellos intentó un acercamiento con las bases; otros no. Nunca hubo confianza de ida y vuelta. Los resultados del primero de julio sepultaron, momentáneamente, las diferencias. Pero éstas no desaparecieron.
Hubo en Morena la idea errónea de que los votos, abrumadores, permitían o toleraban cierto aspecto autoritario e impositivo. Y ese error surgió porque aún algunos, sobre todo los que ganaron, no terminan de atribuir el padrinazgo de la victoria al lugar que corresponde.
Se olvidaron de algo que en este espacio se ha dicho siempre, y que deberían tallarlo en piedra y ponerlo en un cuadro en sus oficinas: el triunfo electoral de los alcaldes de Morena en Quintana Roo (y, más allá, de todos y cada uno de sus candidatos) es obra exclusiva de AMLO. Así de categórico.
Como si ese error fuese poco, pasado el 1 de Julio, esos alcaldes que ganaron creyeron que era innecesario incluso mantener el discurso de campaña, el de la transformación y la nueva política.
Ese alejamiento también se denunció en esta columna: los alcaldes electos se dedicaron a las generalidades y los discursos vacíos y demagógicos, muy lejos de la dinámica y la responsabilidad que asumió AMLO como presidente electo. Podría decirse que se ausentaron, y cuando volvieron, no tenían gobierno.
Final abierto
El tiempo, por supuesto, puso todo en su lugar. Lo que ahora se ve con claridad es que la falta de dinámica de los alcaldes locales no era incapacidad o desinterés, al menos no totalmente.
Era también una decisión muy clara de no salirse de los márgenes de la política, de acomodarse lo más posible al status quo quintanarroense y sobrevivir con las ganancias políticas que eso deja. Nada más alejado de lo que pregona AMLO.
Ante ese escenario, el oficialismo estatal lo único que tuvo que hacer es saber qué puertas tocar para ingresar en la estructura de gobernabilidad de Morena y romperla. Los síndicos Omar Sánchez y Yensuni Martínez fueron esas puertas.
Para ningún morenista de “hueso colorado” es un secreto esa actitud de los síndicos.
Para el Gobierno estatal y sus aliados es todo ganancia. En esta nueva etapa política, donde se nota desde el oficialismo una mano invisible que aprieta con firmeza algunas tuercas del Sistema, la infiltración y el control de esas administraciones será fundamental para mantener su chance electoral en junio de 2019, cuando se renovará el Congreso local.
Mientras más débil se muestre Morena, más factible será la resurrección electoral del “cambio”.
¿Será fácil mantener la idea que Morena no sabe gobernar? Parece que sí, porque hay dos partes en este conflicto, y una es muy difícil de solucionar.
Por un lado, quizá los alcaldes puedan salir de la fantasía de que ellos ganaron la elección por sus dotes políticas y electorales, entiendan su papel histórico de actores de reparto, y se pongan a trabajar y a hacer política.
Pero lo que es difícil que suceda es que los regidores rebeldes abandonen su actitud, que les ha sido muy rentable (en todos los sentidos) y lo será aún más.
La política tiene muchas formas efectivas de convencer a quienes se quieren dejar convencer.