Mesa Chica | Hugo Martoccia
La Jornada Maya
“Si no puedes con tu enemigo, únete a él”. Quizá esa sea la máxima que un sector del oficialismo comienza a analizar por estas horas. El enemigo es, que duda cabe, Morena. El contexto que lo pone en ese lugar es la elección de junio de 2019, cuando se renovará el Congreso local. La “unión” no sería otra cosa que una suerte de acercamiento, pero con intenciones nada amistosas.
La elección que viene no es una más. Quizá nunca en Quintana Roo un Gobierno estatal tuvo una batalla electoral tan arriesgada. Se juega, por supuesto, la mayoría del Congreso, y con ello una parte importante de la gobernabilidad de la segunda mitad del sexenio de Carlos Joaquín.
En el oficialismo analizan varios escenarios para la elección. El escenario optimista dice, en síntesis, que Morena podría sufrir el desgaste del ejercicio del poder, y perdería base electoral. Enfrente, tendría una gran alianza de facto entre el oficialismo y posiblemente el PRI, que le arrebataría varios de los distritos electorales, y se quedaría con la mayoría de Congreso.
Pero hay otro escenario preocupante. Las encuestas dicen que la figura de Andrés Manuel López Obrador supera el 65 por ciento de la aprobación nacional. Si tan solo una parte de esa monumental simpatía se muestra en Quintana Roo, su partido podría volver a arrasar en la elección.
El dato tiene una correlación con los pocos sondeos locales que se conocen. Todos dicen que si hoy fuese la elección, el partido de AMLO ganaría los 15 distritos. Un verdadero caos político para el Gobierno estatal.
Ante ese posible escenario, comienza a tomar fuerza una operación política más compleja, que incluiría infiltrar desde el oficialismo a Morena. Esa sería la forma de “unirse al enemigo”. La idea sería algo así como que Morena gane la elección, si no hay otra opción, pero que no gane el Congreso.
Un partido con grietas
En Morena han detectado en los últimos días al menos a un par de políticos muy cercanos al joaquinismo que aseguran que están cansados de ese grupo político y buscarían una diputación por otra parte. No les creen.
Un poco más allá, varios ven que la relación ideológica (por decirlo de alguna manera) entre el Gobierno de Mara Lezama, en Benito Juárez, y Morena, es casi nula. Allí, donde se asientan ocho distritos electorales, está puesta la mira de unos y otros.
Ambos grupos piensan lo mismo: ese gigantesco territorio sin dueño es tierra fértil para infiltrar candidatos del oficialismo a Morena. Pero la duda de Morena va más allá de Mara Lezama.
¿Pueden confiar absolutamente en los diputados federales Jesús Pool Moo y Mildred Ávila? Se preguntan.
Cruzando esas fronteras también hay problemas ¿Cómo cuidar una candidatura, cuando tienen al enemigo metido en el mismo corazón del gobierno, como el caso de Omar Sánchez Cutis en Solidaridad? El sindico de Laura Beristain es, para el oficialismo estatal, la mejor prueba de que Morena es fácil de infiltrar, antes o después de las elecciones.
También el sur preocupa. ¿Cómo recuperar la credibilidad en Othon P. Blanco, en donde el gobierno municipal se desmorona entre la incompetencia, las traiciones internas, y la quiebra financiera?
Esas preguntas dejan en claro que, hasta hoy, Morena no ha tenido capacidad para defenderse de los embates de sus adversarios que buscan debilitarlos e infiltrarlos.
Quizá otra pregunta explique porque sucede esto. En ese partido hay una recurrente interrogante sin respuesta: ¿Quién puede dar de corrido 15 nombres para ser candidatos en los distritos, que sean del partido? Casi nadie puede, sin sumar, de una u otra manera, a varios nombres que no son de confiar. Ahí parece estar la razón de todos sus problemas.
La línea dura y los números
La esperanza del grupo interno mas sólido de Morena es que finalmente se genere el cambio en la conducción local del partido que están esperando. Esto implica la salida definitiva de Rafael Marín Mollinedo de la toma de decisiones, y que el control quede en manos de la presidente nacional del partido, Yeidckol Polevnsy, que elegirá un nuevo delegado.
La dirigente nacional sostiene la idea de que el partido debe tener una “linea dura”, alejada de los gobiernos locales, no sólo en Quintana Roo, sino en todos los estados donde Morena no gobierna pero tiene, o puede tener, una importante cuota de poder y un futuro electoral promisorio.
Los que la conocen, dicen que Yeidckol no acepta nada menos que una victoria arrasadora en Quintana Roo el próximo año. Es lógico. En números redondos, en la elección de Ayuntamientos del 1 de julio, Morena y sus aliados lograron alrededor de 320 mil votos en el estado.
El Frente oficialista logró poco mas de 150 mil, y el PRI y sus aliados alrededor de 125 mil. Los otros votos quedaron en manos del PES, con 40 mil, y de los independientes, con 46 mil.
Esos números son la base de la confianza de Morena. Pero también hay un dato importante que pone un manto de duda sobre ellos: de los votos de Morena, 190 mil corresponden al inestable Cancún. Esa puede ser una buena y una mala noticia para ambos frentes electorales.
Por ello, en el morenismo local hay un incipiente análisis de la situación, que ubica a ocho distritos donde el partido seria invencible en las próxima elección, y otros siete donde deberá reforzarse. En unos y otros, sin embargo, pudiera haber infiltrados.
Gobernar o cogobernar, esa es la cuestión
En el oficialismo todas las baterías apuntan a lograr el control del Congreso, ese es el objetivo único.
La mejor manera seria ganando la mayoría de los distritos con candidatos propios, pero es la más difícil. Otra opción sería una gran alianza de “Todos contra Morena” (ya explicada días atrás en esta misma columna) que incluya a todos los partidos, dividiéndose los distritos, para luego hacer una gran alianza política en el Congreso y quedarse con la mayoría.
Para esa última opción hay pros y contras. Pocos dudan de que el PRI pudiera entrar a esa alianza; el tricolor es una tenue sombra de lo que fue alguna vez. Pero hay otros partidos que han comenzado a coquetear con Morena. El Verde Ecologista y el MC han tenido acercamientos nacionales con el morenismo. El PT y el PES no han dicho que se vayan a ir de esa alianza. El PRD es un desvencijado barco sin capitán y sin puerto a la vista.
Para el oficialismo estatal esa puede no ser una mala noticia. Quizá la mejor forma de infiltrar a Morena sea por intermedio de alguno de esos partidos, si finalmente se alían con el partido de AMLO, piensan.
En el fondo, más allá del camino y la estrategia que se utilice, el objetivo es evitar que Morena sea mayoría en el Congreso, y que obligue a una suerte de cogobierno en la segunda parte del sexenio de Carlos Joaquín.
Ese cogobierno sería una muy mala noticia para la administración estatal. Leyes, presupuestos, cuentas públicas, todo debería discutirse y negociarse con un partido en el cual parecen convivir todos los extremos de la política, desde las mejores acciones e intenciones, hasta procederes censurables y autoritarios.