Opinión

El negocio de los partidos en la era de la 4T

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Tiro Libre

Anwar Moguel
Novedades Chetumal

Un total de 12 partidos políticos contenderán por las cuatro diputaciones federales y once presidencias municipales en Quintana Roo en las elecciones de este año, número simbólico y mítico que para muchas culturas ancestrales tuvo un significado esotérico relacionado con la perfección absoluta, pero que para efectos de nuestra realidad política sólo representa un claro exceso de nuestra lujosa y carísima “democracia”.

Y es que el contar con tantísimas opciones para elegir por la vía del voto a nuestros representantes no es, ni de cerca, un triunfo para el pueblo, porque en los hechos esta colección de partidos grandes, medianos y pequeños funcionan simplemente como fuente de ingresos, de poder y de influencia para la reducida pero adinerada élite política mexicana.

El sistema político mexicano está diseñado para simular que gozamos de una democracia fuerte y abierta donde cualquier grupo de ciudadanos organizados puede encontrar voz y representación, cuando lo cierto es que las normas y regulaciones restringen la participación a aquellos que cuentan con los recursos y los contactos para crear un partido, lo que les garantiza acceso directo al jugoso financiamiento del erario por un lado, y por otro la posibilidad de sembrar a los dueños del negocio en posiciones de representación, con todos los privilegios que ello conlleva.

En tiempos de la “cuarta transformación”, esto no se ha transformado ni tantito; al contrario, parece ser que el negocio de la partidocracia está en auge.

Como muestra, un botón: el año pasado tres nuevos partidos nacionales recibieron su registro y buscarán refrendar su existencia en las próximas elecciones. Se trata de Redes Sociales Progresistas (RSP), Fuerza por México y Partido Encuentro Solidario (PES). Curiosamente, los tres son afines a la 4T que esgrime el presidente AMLO y se venden como extensiones del propio Morena. ¿Para qué diablos, entonces, los necesitamos los ciudadanos?

Lo mismo ocurre con los partidos estatales Movimiento Auténtico Social (MAS) y Confianza por Quintana Roo, que fueron financiados e impulsados desde el oficialismo panrredista y se encuentran dentro de la misma esfera de influencia.

Para colmo, para subsistir los partidos tradicionales han dejado de lado su ideología para formar coaliciones abominables y antinatura, como la cuestionada alianza del PAN, PRI y PRD (derecha, centro e izquierda en un mejunje de la más extraño), o la de Morena y PT con el mafioso Verde.

Compiten juntos, por conveniencia política, pero a nosotros nos cuestan por separado. ¡Y vaya que nos resultan carísimos!

Y mientras tanto, quienes se atreven a enfrentar el reto de buscar candidaturas por la vía independiente se enfrentan a un sinfín de obstáculos en un campo traviesa burocrático diseñado para disuadir incluso a los más entrones.

En la era de la 4T, una reforma política de fondo es no solo deseable, sino también una exigencia de la ciudadanía para que se acabe el dispendio en la inútil partidocracia.

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