Opinión

Nos va a llevar el tren

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Sobremesa | Lourdes Mendoza
El Financiero

Favor de abrocharse el cinturón de seguridad, pasaremos seis años por zonas de turbulencias.

Los aeropuertos son reflejo del momento que viven los países, de su visión de largo plazo, son la puerta al mundo de una nación. Más aún, los de las capitales revisten una importancia adicional: son hubs naturales y su infraestructura es siempre comparada; cuál tiene más tráfico, más aerolíneas, destinos, pistas. Los aeropuertos son, en muchos sentidos, monumentos con sentido y utilidad, con personalidad e imagen, alcanzan a tener vida propia cuando en el mundo se comenta la arquitectura de la T4 de Madrid, la renovación del Charles de Gaulle en París, la brutal T5 de Londres, el nuevo edificio terminal de Tocumen en Panamá, la renovación espectacular del Dorado en Bogotá, las pistas simultáneas de Asur en Cancún y su nueva T4, y qué decir en Asia, donde todos los años sorprenden más con su infraestructura aeroportuaria.

Qué decir de un país tan similar en economía y competidor de México en el plano global, Turquía, que un día después de la “consulta” inaugura un aeropuerto de clase mundial, de los más grandes del mundo, con una arquitectura espectacular, que convertirá al antiguo Ataturk en un pulmón para la congestionada Estambul.

Planear y construir aeropuertos de clase mundial implica tener la capacidad de armar miles de piezas, las operativas, de seguridad y aeronáuticas; las financieras, para hacerlo sustentable, pero lo más importante tener el espacio para hacerlo. Pues luego de décadas sin poder resolver el drama (porque resta competitividad al país la saturación y obsolescencias del aeropuerto Benito Juárez) se tomó una decisión de Estado: donde no puede existir más nada, cerca de la ciudad haremos uno de los mejores aeropuertos del mundo. Y vinieron los mejores consultores, arquitectos y expertos para lograr convertir el desértico “lago” en un oasis que llevaría además empleo y desarrollo al oriente del Edomex. La emblemática X tenía sentido, llegar a México sería una experiencia, la conectividad y la competitividad del país en el escenario global no sería más frenada por un aeropuerto que hace décadas no sirve y además, hay que decirlo, está abandonado.

El AICM se habría convertido en un pulmón verde para la CDMX y Texcoco en una bocanada de oxígeno para el futuro.

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Pero la retórica de la revancha parece tener más sentido; no sé qué hubiéramos hecho si alguna vez el PRI hubiera organizado una consulta y tomado una decisión a partir de un ridículo ejercicio de complacencia para el nuevo régimen, que a pesar de que aún no gobierna, está convirtiendo rápidamente la esperanza en incertidumbre. Las escandalosas defensas de Riobóo a sus dibujitos en Santa Lucía, las explicaciones de Jiménez Espriú y el aplauso unánime a la consulta del “váyanse acostumbrando”, es una muy mala manera de empezar.

Ver un aeropuerto como un asunto de clase social, de fifís o de la herencia de Peña, está fuera de pista. Un aeropuerto es un generador de empleo, de turismo, de desarrollo, de conectividad y politizar su ejecución es sencillamente absurda.

En el único foro donde ganó Santa Lucía fue en la “consulta” que fueron a hacer a los municipios controlados por Morena; no he visto una sola encuesta seria que no diera ganadora a la opción de Texcoco. El aeropuerto ya no era tema hace mucho, más que por acabarlo, ahora será tema porque tendremos ahí despegando desde el avión el monumento a la tragedia del capricho, que a la larga costará muchísimo más que haberlo acabado.

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Por cierto y sin querer de antemano amargar a Riobóo, que al parecer lleva mano en todo esto, NUNCA habrá manera de que opere comercialmente Santa Lucía y el AICM de manera segura, y como en la OACI no hay consultas sino expertos, nos habremos quedado sin aeropuerto gracias al prólogo que ha escrito el gobierno que aún no empieza, pero de entrada llega como hacían en la Edad Media lx

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