Mesa Chica | Hugo Martoccia
La Jornada Maya
La frase inició como un rumor, un ruido, una versión apenas audible que se fue transmitiendo de persona a persona. Primero fueron gestos personales, apenas algún indicio de un rostro más tenso. Luego fueron algunas frases firmes aquí y allá, sancionando el desliz o la inoperancia de algún funcionario. Y luego ya se transformó en acciones particulares; cambios, decisiones. Ahora, la frase ya se instaló en el gabinete y un poco más allá. “Es otro Carlos”, dicen esas voces.
La frase, por supuesto, se refiere a Carlos Joaquín. Se ha instalado la idea de que hay un cambio importante en el estilo, las formas, y la gestión del gobernador. Hay un marcado acento en el costado político de la tarea de gobernar, que en los primeros dos años parecía haber quedado supeditado a la administración.
El inicio del cambio que se relata es, como no, el 1 de julio de este año. Ese día, los resultados electorales del oficialismo no fueron los esperados, y generaron preocupación.
Varios actores políticos consultados por este medio en las semanas siguientes a la elección coincidían en una frase: “ El gobernador está preocupado”, decían. Era lógico. Se habían perdido los tres municipios ganados en 2016 ( aunque se ganaron otros 3) y 100 mil votos. Y Morena se convirtió en la primera fuerza política estatal, con ventaja clara para la elección de 2019.
Una reacción se esperaba, pero no se sabía cuál podía ser.
Esa reacción va quedando clara, Carlos Joaquín ha detectado ciertas áreas de crisis, y las quiere convertir en oportunidad, para usar un lenguaje empresarial al que tanto apela. Podría decirse que la mano invisible del Poder Político está llegando a zonas que estaban huérfanas y ávidas de ese poder.
“Algo cambió al interior del Gobierno”, dijo un hombre que habla asiduamente con él. Aseguró que ve un gobernador fortalecido.
Las palabras
El 21 de agosto pasado el gobernador se reunió con la mayoría de los alcaldes electos de la entidad en un curso de administración. Allí pronunció un discurso que puede tomarse como el inicio de este cambio.
“Los resultados electorales del pasado julio, demuestran que sin la suficiente sensibilidad política, sin la habilidad para responder adecuadamente a las necesidades del electorado, y sin la capacidad para difundir las acciones del gobierno, la buena gestión administrativa es insuficiente para asegurar un buen desempeño de él”, dijo.
“La administración y la política van de la mano en la tarea de gobernar. Una buena administración sin una buena política, difícilmente podrá gozar de la suficiente legitimidad y de la aceptación que debe de tener, para convertirse en una alternativa política viable a mediano y largo plazo”, agregó.
El pasado 8 de octubre dejó una de las frases más fuertes de su gestión, por el contenido y el alcance. “De ninguna manera nadie puede sentirse el redentor de soluciones mágicas por el simple hecho de haber ganado una elección”, dijo.
¿A quien fue dirigida esa frase? ¿A AMLO, a los alcaldes de Morena, a los legisladores? En realidad, fue a todos. El gobernador pareció querer recordarles que el voluble humor social puede castigar con dureza las expectativas no cubiertas.
El “cambio” lo sufrió en carne propia el 1 de julio.
Es fácil advertir una autocrítica y un nuevo comienzo en esas palabras. El gobernador dijo que había en su gobierno mucha administración y poca política. Por eso se empezó a hacer más política.
Las cosas
A los cambios en seguridad en el Gobierno, indispensables, se le sumaron otros cambios internos. Se fortaleció el costado político de la Secretaría de Gobierno. Su titular, Francisco López Mena, comandará un grupo de delegados municipales que tienen como objetivo llevar la administración más cerca de la gente.
“Se ha dado la instrucción de que deben trabajar como si ya estuvieran en campaña”, dijo un hombre que conoce las entrañas del neojoaquinismo.
Se advierte un choque inminente con las estructuras de los alcaldes, principalmente los de Morena. Y es un choque premeditado.
Por eso, no es una casualidad que la realidad de esos alcaldes no sea la mejor. Laura Beristain, en Solidaridad, y Hernán Pastrana, en Othón P. Blanco, están, literalmente, sin poder y endeudados hasta la inacción. Pero eso no será para siempre.
¿Cuánto tuvo que ver el oficialismo en el titubeante comienzo de ambos alcaldes? Mucho. Se operó políticamente sobre las obvias debilidades de esas administraciones, para que los alcaldes perdieran sus mayorías y los cargos más importantes. Podría decirse que la “ingobernabilidad” no fue espontánea.
¿Y Mara Lezama, que es potencialmente la más peligrosa? En ese caso, hay casi una idea unánime en todo el mundo político, que incluye al propio morenismo: si Mara continúa la inercia que le dejó el Verde Ecologista, en menos de un año será parte del pasado.
El gobernador tiene buena relación con ella, pero en el oficialismo ven a la alcaldesa absorbida por una agenda mediática y de formalismos, mientras la administración pasa por otra parte. Nadie va a intentar sacarla de ese error.
La mano invisible del Poder Político llegó también al Congreso. Pasó casi de noche una noticia definitiva para la Gran Comisión. Días atrás, los diputados aprobaron incluir dentro de la máxima Comisión del Congreso a la opo-oficialista Candy Ayuso en lugar de la díscola Silvia Vázquez Pech.
No fue una decisión más. Se trató de una jugada política para blindar la mayoría de los votos en esa Comisión, ante la posibilidad de que Emiliano Ramos o Mario Villanueva Tenorio pudieran ponerse “rebeldes” en algunos temas.
Todas estas decisiones, algunas de mano dura, son parte de una nueva forma de actuar. El objetivo inmediato, como ya se dijo, es la elección de 2019.
2019 y las dos versiones de AMLO
Quienes lo frecuentan, dicen que Carlos Joaquín ha tenido siempre claro que hay dos realidades electorales en Quintana Roo, que podrían definirse así: el efecto López Obrador, que es innegable, y, hoy, imbatible; y luego está el espejismo López Obrador, que es del que gozan todos los actores locales que ganaron elecciones bajo el manto protector del presidente electo.
Por ello, en el oficialismo tienen claro que la crucial elección de 2019, cuando se renovará todo el Congreso local, puede ganarse sólo si el oficialismo se enfrenta al “espejismo López Obrador”, o sea, al morenismo local desprovisto de la figura de su líder.
En ese sentido, el inicio titubeante de los tres gobiernos municipales de Morena es, para el oficialismo, un viento de esperanzas electorales.
Pero el problema mayor de ninguna manera está resuelto, y es la posibilidad de que la batalla sea contra el efecto López Obrador, el real.
Hay quienes se hacen la pregunta clave. ¿Qué pasará cuando esa inmensa masa de recursos en forma de planes sociales de AMLO para madres solteras, ancianos, estudiantes, jóvenes y discapacitados, se convierta en una imparable bola de nieve? Si eso se puede traducir en votos en una elección local la batalla de 2019 será otra vez de Morena.
En ese contexto, hay otra pregunta que varios comienzan a hacerse. ¿Cuál es el verdadero rostro de AMLO en su relación con Carlos Joaquín? ¿El estadista que dice que hay que dejar de lado las peleas? ¿O el que comparte avión y fotografías con Marybel Villegas, y le da un respaldo económico y político total a la desafiante Laura Beristain? Las respuestas a esas preguntas son determinantes para saber qué nos deparará el futuro.
Es claro que hay una nueva actitud por parte de Carlos Joaquín, y que es una actitud más acorde a los tiempos que vienen. El interrogante es si ello alcanza para lo que se viene.
Más allá de los abrazos y las sonrisas, nadie debe esperar tiempos fáciles. El 1 de diciembre López Obrador sentirá que por sus manos pasa el poder, así, con mayúsculas, y otra historia habrá comenzado.