Astillero | Julio Hernández López
Quintana Roo Hoy
No ha sido la primera vez que Andrés Manuel López Obrador utiliza la figura del “chivo expiatorio” para referirse a personajes altamente polémicos. En mayo de este año, en Atlacomulco, Estado de México, dijo: “Miren lo que le hicieron al mismo Peña Nieto: lo encumbraron, lo impusieron y ya después que no les gustó, lo convirtieron en chivo expiatorio. Ahora Peña Nieto es como el payaso de las cachetadas, ellos mismo le dieron la espalda…”.
Horas antes, en San Felipe del Progreso, había explicado que daría “el beneficio de la duda” al citado EPN, pues este se había comprometido a respetar el resultado de las elecciones presidenciales: “No quiero hablar mal de Peña Nieto porque no soy hipócrita”.
El 16 de abril de 2017, López Obrador tuiteó, a propósito de la aprehensión de Javier Duarte de Ochoa en Guatemala: “Detienen a Duarte para simular que combaten la corrupción. Pero el pueblo no se conforma con chivos expiatorios, quiere la caída del PRIAN”. Y este sábado respondió de manera inequívoca con un “sí” a sendas preguntas periodísticas que le preguntaron si Rosario Robles Berlanga es un “chivo expiatorio” y las denuncias de corrupción en su contra constituyen un “circo”.
Además de la puntual respuesta positiva a las preguntas periodísticas antes mencionadas, López Obrador explicó los fundamentos de sus consideraciones. En el caso de Robles, señaló que debe irse más allá de los actos espectaculares de cada sexenio, con la vista puesta en los “jefes de jefes” y con el camino procesal libre para que se presenten denuncias y se avance en ellas, conforma a la división de poderes.
La referencia a los “jefes de jefes” resulta interesante. Rosario Robles se ha mantenido en una constante zona de acusaciones por actos de corrupción. No parece necesitar instrucciones de nadie para emprender la búsqueda de negocios oscuros en cuanto ha llegado a un cargo de carácter público: lo mismo en la jefatura del Gobierno del Distrito Federal que en la presidencia del Partido de la Revolución Democrática; lo mismo en la Secretaría de Desarrollo Social que en la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano. A juicio de este tecleador, con aspiraciones de memorioso, es imposible considerar a Robles como “chivo expiatorio”. Podrá ser cómplice, corresponsable o el término de imputación que se desee, más nunca alguno con sentido atenuante.
Pero, suponiendo sin conceder que historieta de la cándida Rosario y el sistema desalmado fuera cierta (perdón al espíritu de Gabriel García Márquez, por mezclar su nombre en estos actos de mágico realismo corrupto), los “jefes de jefes” de Robles serían dos: Carlos Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto. A ambos ha dicho López Obrador que los perdonaría. Miguel Cantón Zetina, presidente del Grupo Cantón, que incluye al diario Tabasco Hoy, le preguntó a finales de enero de este año: “Para unir al país y gobernar en armonía, ¿estaría dispuesto a perdonar y fumar la pipa de la paz con Carlos Salinas y Enrique Peña, entre otros políticos, incluyendo a algunos empresarios?” Y AMLO respondió: “Sí. No es mi fuerte la venganza. Lo que importa es sacar adelante a México, eso es lo más importante, y pensar hacia adelante. No odio, no podría vivir con odios, soy muy feliz. Yo no odio a nadie, y vamos a poder entendernos con todos, con las nuevas reglas”
En este contexto, la amable reclasificación de Robles y la descalificación de medios, reportajes (el muy premiado, de la Estafa Maestra) e incluso investigaciones oficiales de la Auditoría Superior de la Federación, corren el riesgo de convertirse en una especie de acolchonamiento de la opinión pública para que la amnistía política, el perdón y la transición de terciopelo (una forma de convivencia con la “mafia del poder” y los “jefes de jefes”) dejen sin castigo a los grandes responsables de la tragedia nacional, desde presidencias municipales, gubernaturas, secretarías de Estado y, desde luego, ocupantes de la residencia de Los Pinos.
Peña Nieto cumplió con tranquilidad su última temporada de fiestas patrias. La Plaza de la Constitución no se llenó de asistentes y, a la hora del tañer de la Campana de Dolores, los huecos eran inocultables. Aun así, el ex gobernador del Estado de México (de donde volvieron a venir los principales contingentes de acarreo, aunque ahora en menor cantidad) se veía satisfecho, con una esposa, Angélica Rivera, que a diferencia de otras ocasiones ahora se vio marcadamente amable y amorosa con su cónyuge (a pesar de las versiones de una próxima separación, o justamente a causa de esas versiones), y la presencia de los hijos de la pareja.
A Peña Nieto se le olvidó el acto obligado de ondear la bandera nacional, pero un oficial militar le recordó el protocolo y de inmediato recompuso figura el mexiquense. En una parte final de la ceremonia, lanzó saludos, se tocó el pecho, envió abrazos e incluso hizo con las manos una figura entendible como un corazón enviado como despedida a quienes asistieron a este plácido adiós del responsable de la grave crisis nacional.
Una crisis de la cual ayer dejó constancia López Obrador en Nayarit, donde dijo que el país “lleva treinta años en bancarrota” y que “son muchas las demandas” de la población. Pero, “sí vamos a cumplir, que quede claro, vamos a cumplir todo lo que ofrecimos en campaña, ese es el piso, y de ahí para arriba, hasta donde nos alcance el presupuesto que es dinero de todo el pueblo y que se va a manejar con honradez”.
El político tabasqueño detalló los compromisos que ha hecho y que cumplirá. Y, en especial, llama la atención esta referencia: “Vamos a respetar la autonomía del Banco de México para que haya equilibrios macroeconómicos, que no haya devaluación, que no haya inflación, que si se dan esos fenómenos no va a ser por culpa del presidente de la República sino por circunstancias externas o por mal manejo de la política financiera que haga el Banco de México, no el gobierno de la República”.