Opinión | Federico Arreola
SDP Noticias
En los tiempos de la cultura misógina, afortunadamente en retirada —al menos en ciertos sectores sociales— se decía de la mujer del César que no solo debía ser honesta, sino parecerlo.
Adaptemos la frase: el gobernante democrático debe parecer honesto y serlo.
A juzgar por el desenlace de este primer capítulo de lo que será una larga historia, la del gobierno del presidente López Obrador, y contra lo que muchos supusimos y denunciamos, ni Andrés Manuel ni su jefe de asesores, Alfonso Romo, pretendieron hacer nada indebido al visitar una empresa de este último ubicada en Chiapas.
Pero se equivocaron brutalmente en las formas. Dieron la impresión de que el proyecto de siembra masiva de árboles en tierras chiapanecas contemplaba contratar insumos a la compañía del empresario regiomontano que desde hace años es uno de los principales colaboradores del virtual presidente electo.
Ello provocó una inmediata reacción de periodistas independientes —León Krauze, de El Universal; Jesús Silva-Herzog Márquez y la columna Templo Mayor, de Reforma, y Julio Hernández, de La Jornada— que condenaron la reunión de AMLO y Romo en la empresa de este último y vieron en la misma un posible, futuro conflicto de interés del mismísimo presidente de la República: algo así como una versión corregida y aumentada de la Casa Blanca de la señora Angélica Rivera, esposa del presidente saliente, Enrique Peña Nieto.
El mismo día de las críticas absolutamente fundadas, el propio Romo dio la cara a los medios para aclarar que por ningún motivo será proveedor del gobierno en el que colaborará.
No hay ninguna razón para no creerle, pero seguro estoy de que no pocos periodistas pondrán la lupa en el proyecto que el presidente López Obrador ha diseñado para Chiapas.
Qué bueno que así sea.
La rápida reacción de Romo, que evidentemente contó con el visto bueno de AMLO, significa que el próximo presidente de México entiende como nadie que la honestidad valiente, para el político, resulta mucho más fácil practicarla si cuenta con la ayuda de la prensa libre, esa que a veces se pasa de latosa y llega a ser un estorbo, pero que sin duda cumple con su función, fundamental en una democracia: ser un contrapeso del poder.