Astillero | Julio Hernández López
La Jornada
Ya sin gran cosa que cuidar en términos electorales inmediatos, hundidos como nunca, los priístas ven llegar una peculiar heráldica a sus dos máximas posiciones de dirección: a la presidencia del partido, Salinas de Gortari, como segundo apellido compuesto de Claudia, la hija del asesinado José Francisco Ruiz Massieu (quien fue esposo de Adriana, hermana de Carlos, el ex presidente de la República); a la secretaría general, Moreira, el primer apellido de Rubén, ex gobernador de Coahuila, que a su vez sucedió, con un interino escenográfico de por medio, a su hermano Humberto, ambos abundantemente mencionados en escándalos en el ejercicio del mando de aquella entidad norteña.
Ambiente funerario en el que alguna vez fue motejado como “el partidazo”, la máquina electoral aplanadora, el rey de los “carros completos”. Se va René Juárez Cisneros (quien a su vez había relevado a Enrique Ochoa Reza) y deja como presunto legado un responso en el que, a destiempo, obviamente, critica la antidemocracia del Revolucionario Institucional, la falta de respeto a la militancia y, por si todo lo anterior no pareciera llevar dedicatoria a José Antonio Meade Kuribreña y flota tecnocrática que le acompañó en esta aventura electoral catastrófica, el ex gobernador de Guerrero apuntó, queriendo hacer gala de ingenio verbal durante la misa partidista de cuerpo presente, que “cuando nos cerramos no entendimos los cambios de la sociedad, la sociedad se abrió y nosotros nos cerramos; hoy nos abrimos a destiempo”.
El propio discurso “crítico” del dinosáurico René Juárez tiene como marco de referencia el destiempo. Reprocha lo que él mismo no pudo hacer y lanza retos y proclamas aunque él ya se marcha a una curul y a la posibilidad de ser el coordinador de la más raquítica e impotente bancada del tricolor en una cámara federal de diputados.
La toma de control del grupo salinista, con la sobrina Claudia como frágil encargada del fideicomiso de liquidación, pretende resanar el viejo aparato priísta y, acaso cambiando de nombre y etiquetas, intentar la constitución de un polo de resistencia al paso hasta ahora avasallador del lopezobradorismo. Tarea muy difícil de alcanzar, a como van las cosas, aunque en círculos de poder electoralmente derrotado se propaga la versión de que el tabasqueño irá enfrentando tantos problemas, derivados de la crisis heredada, que poco a poco podría ir de regreso al priísmo, o como se llame para entonces, una buena porción de las voluntades ahora adversas.
Una primera resistencia creciente se está dando en el terreno de los recortes a salarios y prestaciones en poderes distintos al Ejecutivo. La propuesta de austeridad que ha hecho López Obrador, al igual que otros planes de reordenamientos y reasignaciones, están generando incertidumbre y rechazo, lo cual es natural, entre empleados de confianza e incluso personal de base.
A la cabeza de esa resistencia se ha colocado el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, como ya se dio cuenta en la anterior entrega de esta columna, pero este lunes se ha sumado el consejero del Instituto Nacional Electoral, Ciro Murayama, quien ha señalado que no se pueden reducir las formas de ingreso económico del personal de carrera en el servicio electoral.
El actual ocupante de Los Pinos, Enrique Peña Nieto, ofrece resistencia al juicio de la historia y desde hoy proclama, como si fuera candidato de oposición, que los resultados en materia de seguridad pública “aún están lejos de ser satisfactorios”. Aunque, asegura, esa falla no se debe a la falta de compromiso de la Policía Federal, que cumplió ayer 90 años de fundada. Por cierto, peculiar el llamado del comisionado de esa policía, Manelich Castilla (herencia de Osorio Chong), en el sentido de que “antes de implementar estrategias se revisen procesos y personas. Experiencia y honorabilidad deben encabezar las áreas de seguridad”.